Las telenovelas venezolanas han vuelto —o tal vez nunca se fueron—, y hoy circulan sin pausa en múltiples plataformas: de lunes a viernes, las 24 horas, bajo demanda o en alguna de esa señales lineales que a través de la Internet están “reinventando” la televisión. Basta con explorar el catálogo de muchos de los servicios de streaming para notar la abundancia de contenido venezolano disponible, no solo telenovelas, sino también series, programas y hasta concursos. La mayoría de estos títulos provienen de los extensos archivos de las dos grandes casas televisivas del país: Radio Caracas Televisión y Venevisión. Se trata de producciones realizadas antes del colapso de la industria de la televisión nacional, un proceso que arrancó con el cierre de RCTV en 2007, y que se agravó con la crisis económica, política y social que ha vivido el país durante la última década.

Solo hace falta hacer acceder a esas plataformas y hacer click en alguno de esos títulos para que comience un viaje: ver estas telenovelas es como mirar hacia atrás, a un tiempo en que la televisión venezolana era sinónimo de historias que narraban a un país y de un estilo narrativo que marcó a toda una generación. Y es cierto que es como mirarse en un espejo de excesos: de decorados que van de lo fastuoso a lo ramplón, de peinados y maquillajes estridentes, de lagrimas interminables, de caras bonitas, de emociones exacerbadas: un catálogo de recursos narrativos y estéticos que hicieron del melodrama venezolano uno de los contenidos televisivos más populares del mundo en los años ochenta y noventa. Así, el reflejo que devuelve ese espejo se transforma en memoria: una huella viva del imaginario de una sociedad y de un tiempo marcado por el exceso y la incertidumbre.
Los títulos son casi inagotables. Desde melodramas puramente románticos como Kaína (1995) o Las amazonas (1985), de César Miguel Rondón; Juana la virgen (2002) o Mis tres hermanas (2000), de Perla Farías; hasta Ciudad bendita (2006) o Contra viento y marea (1997), de Leonardo Padrón. También están aquellos que combinan romance con misterio, como Angélica pecado (2001) o La viuda joven (2011) de Martín Hann; y otros aderezados con humor, como Los amores de Anita Peña (1996), de Carlos Pérez, o Voltea pa’ que te enamores (2006), de Mónica Montañez. Hay también otras que desafiaron los moldes del melodrama tradicional, apostando con el realismo, en contextos nacionales de gran agitación social. Telenovelas como Por estas calles (1992) y Cosita Rica (2003) redefinieron el género, utilizando sus códigos para retratar una Venezuela convulsa, contradictoria y profundamente humana. Hoy, en medio del silencio de la industria local, son estas viejas telenovelas las que siguen hablando de Venezuela: relatos que se repiten, se recuerdan y se reencuentran en cada clic, como huellas vivas de una identidad que se resiste al olvido.
Resulta notable la ausencia de producciones de Venezolana de Televisión y de la casa independiente Marte TV en el ecosistema de streaming. Aunque ambas jugaron un rol importante en el mapa de la ficción nacional, su archivo permanece completamente inaccesible, practicamente desaparecido. Esta falta de visibilidad abre preguntas sobre los criterios que determinan qué contenidos televisivos se preservan y circulan en Venezuela, y subraya la necesidad de políticas públicas orientadas a la conservación del archivo audiovisual, como ya han desarrollado con éxito otros países.
Mi revisión, realizada a través de una VPN (una herramienta que permite simular la conexión desde otro país), me permitió constatar la presencia de contenido venezolano en distintas plataformas disponibles en Estados Unidos, América Latina y España. Este tipo de programación está especialmente presente en cinco plataformas de alcance global: Pluto TV, Prime Video, Tubi, ViX y YouTube. En el caso de Pluto TV —una empresa de la estadounidense Paramount—, además de contar con producciones venezolanas bajo demanda, también ofrecen una señal lineal llamada Pluto TV: Novelas venezolanas, donde se emiten ininterrumpidamente telenovelas del catálogo de RCTV. Esta señal coexiste con otras similares que presentan telenovelas colombianas y otras denominadas “clásicas”. En Prime Video ––una plataforma tecnológica propiedad de Amazon––, el catálogo varía según el país, pero en líneas generales ofrece contenido bajo demanda tanto de RCTV como de Venevisión, especialmente el más reciente. Destacan en esta plataforma producciones como Almas en pena (2020), una de las últimas realizadas por Radio Caracas, así como Para verte mejor (2017), la última telenovela grabada por Venevisión.
Un caso interesante es el de Tubi, una plataforma de streaming gratuita con un gran alcance en los Estados Unidos y Canadá, en la que se encuentra únicamente contenido de RCTV. Además de telenovelas como la emblemática Estefanía (1979) de Julio César Mármol, Tubi ofrece programas de concursos venezolanos––como Diente por diente–– y unitarios, como los del denominado ciclo clásico de Rómulo Gallegos realizado en los años ochenta. En Vix –– propiedad del consorcio Televisa-Univisión–– están disponibles en Estados Unidos y Latinoamérica telenovelas tanto de Venevisión como de RCTV, como la exitosa Mi gorda bella (2002) de Carolina Espada, o La revancha (1989) de Mariela Romero. YouTube, por su parte, se ha convertido en una suerte de archivo colaborativo: los canales oficiales tanto de RCTV como de Venevisión coexisten con aquellos creados por fanáticos que rescatan, editan y comparten ficciones venezolanas. La Organización Cisneros también ha dado un paso hacia la actualización de su catálogo con la creación de Venevisión Play, una plataforma digital donde es posible ver incluso producciones venezolanas recientes creadas por terceros, como Las doñas del Cafetal (2025), una miniserie escrita por los hermanos Hueck.
A modo de cierre: una memoria cultural
En un escenario tan competitivo y fragmentado como el de la televisión contemporánea, las plataformas de streaming están ávidas de contenido. Dado el prestigio en horas bajas de la televisión venezolana, es probable que accedan a este material por precios relativamente bajos, considerando su relación entre costo y alcance. Desde un punto de vista pragmático, eso puede explicar su presencia en catálogos internacionales: latas viejas, derechos asequibles, un archivo disponible que satisface la necesidad constante de alimentar el flujo ininterrumpido de las plataformas.
Pero hay algo más. Donde otros ven un residuo del pasado, yo veo un espejo que refleja más de lo que creemos… y menos de lo que recordamos: estas ficciones reflejan formas de vida, de deseo y de país que siguen resonando entre las nuevas generaciones. La persistencia de estas telenovelas en el ecosistema digital no es solo una cuestión de archivo ni de nostalgia. Su circulación actual permite acceder a un conjunto de emociones, valores y tensiones que formaron parte de una experiencia social compartida. Ese espejo, además, sigue activo dentro de las fronteras del país: muchas de estas telenovelas continúan siendo retransmitidas regularmente en la televisión venezolana, debido a la normativa legal que obliga a los canales abiertos a incluir un porcentaje mínimo de producción nacional. Así, su presencia se mantiene tanto en la oferta digital internacional como en la programación doméstica, cumpliendo funciones distintas, pero complementarias.
En términos de Raymond Williams, lo que estas ficciones conservan y comunican son estructuras de sentimiento: formas vividas de conciencia que, aunque no codificadas institucionalmente, ofrecieron —y aún ofrecen— una manera concreta de sentir y pensar el presente. Como escribe Williams en Marxism and Literature (1977), estas estructuras implican “[…] elementos característicos de impulso, contención y tono; específicamente, elementos afectivos de la conciencia y las relaciones: no sentimientos opuestos al pensamiento, sino pensamiento sentido y sentimiento como pensamiento: una conciencia práctica del presente, en una continuidad viva y en interacción” (132). Ver estas telenovelas hoy es, en cierta medida, volver a habitar ese tejido afectivo que alguna vez fue cotidiano, y que ahora reaparece como memoria cultural activa, disponible para nuevas lecturas en otros tiempos.
Obras citadas
Williams, Raymond. Marxismo y Literatura. Ediciones Península, 1997.