
En octubre de 1999 la televisión colombiana se enfrentaba a un nuevo paradigma: dos señales de televisión privada habían arribado meses antes a la escena mediática nacional. Caracol TV y RCN TV habían ganado en 1997 una costosa licitación con la que el Estado colombiano les permitió operar señales de TV abierta. Un año más tarde, salieron al aire y se embarcaron en una feroz lucha por captar la atención de la audiencia nacional. Fernando Gaitán, autor de Yo soy Betty la fea (1999), con 38 años venía de dos descalabros en términos de audiencia en su casa RCN: el primero fue Guajira (1996), y el segundo Carolina Barrantes (1998), esta última una de las primeras telenovelas que la empresa emitió con poco éxito en su señal de TV abierta. Pero en la competencia también había incertidumbre: su telenovela Juliana, qué mala eres (1998) tampoco había logrado captar la atención hacia la señal de Caracol. Los colombianos seguían enganchados a la televisión pública. Caracol y RCN estaban en aprietos: habían invertido considerables sumas de dinero para hacerse con las licencias de sus señales privadas y las audiencias no las estaban acompañando.
Gaitán, el salvador
Sin embargo, la estrella de Gaitán remontó: su monumental éxito con Café con aroma de mujer (1994) resultó definitivo para que RCN le brindase una nueva oportunidad. Esta vez, sin el presupuesto de Carolina Barrantes, se vio forzado a escribir una telenovela “barata” –citadina y casi exclusivamente grabada en estudio– en donde Gaitán se decantó por un subgénero que no había explorado: la comedia. En Colombia la comedia televisiva había explorado con gran éxito las identidades regionales y nacionales. Basta recordar a Don Chinche (1982-1989), Vuelo Secreto (1992-1999) o San Tropel (1987), historias que lograron calar hondo en el imaginario colectivo colombiano. Pero con Betty, Gaitán se alejó de los localismos regionalistas, y nos habló con humor y amor al grueso de la clase media nacional, aunque recurriendo nuevamente a la fórmula del melodrama clásico que lo había consagrado años atrás.
Yo soy Betty, la fea consiguió poner de moda la televisión privada: se convirtió en un éxito a finales de 1999, haciendo que la audiencia prestara atención a los nuevos canales privados. A 25 años de su estreno, todavía hoy se escucha en la industria que con Betty, Gaitán logró salvar a RCN de la quiebra. A mi juicio, el alcance de Betty va definitivamente más allá. Con esta ficción Gaitán proyectó lo colombiano fuera de sus fronteras en los albores del siglo XXI. Hizo de Colombia un país chévere, cercano, e interesante para los espectadores. Esta telenovela permitió que las pantallas del continente y del mundo se terminaron de abrir para la ficción colombiana, y no solo la de RCN, sino la de todas las productoras del país. Gaitán logró su éxito más importante con la fea, esta vez retratando a una Colombia alejada de las regiones, la de la ciudad.
Betty, la nuestra
Las múltiples adaptaciones de Betty en diferentes regiones del mundo confirman la universalidad de su trama. No obstante, es imposible ignorar que la versión original de 1999 se erige como un vibrante exponente de la colombianidad. Esto se evidencia en tres aspectos clave. El primero es la representación de lo colombiano a través de su geolocalización. Los conflictos de Beatriz Pinzón Solano se desarrollan en una ciudad colombiana que, si bien es claramente Bogotá, podría representar a cualquiera de las grandes urbes del país. Es innegable que existen diferencias abismales entre Bogotá y Medellín, o entre Bogotá y Bucaramanga, tanto en la cultura como en la experiencia de vida. Sin embargo, estas ciudades comparten los retos comunes de la vida moderna. La Bogotá de Betty es una ciudad industrializada, marcada por profundas desigualdades sociales. Allí los ricos habitan lujosos apartamentos que exhiben pinturas de Botero en sus paredes; o espectaculares casas con jardines y servidumbre. Por su parte los pobres viven, o en el temido y lejano sur –como Aura María, la recepcionista–, o se sobreviven en zonas céntricas, tales como Teusaquillo, entre los escombros de una ciudad venida a menos que añora mejores tiempos. Basta ver el hogar de los Pinzón Solano: una peculiar casa cuya ambientación está anclada en un pasado indeterminado y oscuro.
Asimismo, los conflictos de los personajes en Betty develan los peculiares apuros de vivir en una urbe colombiana agobiada por una modernidad acelerada gracias a la globalización. Solo que éstos problemas se evidencian “a la colombiana”: la telenovela articula líneas argumentales que abordan estas problemáticas dándoles color nacional. Dos asuntos bastan para ejemplificarlo: los problemas de movilidad propios de la urbe colombiana; y el alto costo de la vida. Por ejemplo, en la ficción tener un auto es símbolo de estatus, mientras que usar transporte público exhibe las limitaciones económicas de los personajes. Basta recordar cómo Patricia Fernández –la peliteñida– padece la pérdida de su Mercedes Benz ante sus acreedores; o como Betty ejecuta su venganza contra Armando al comprar un auto tan costoso que consigue desquiciarlo por completo. Además, la presión económica lleva a varios personajes a situaciones incómodas. Tal es el caso de Sofía, secretaria de Ecomoda y miembro del ‘Cuartel de las feas’, quien se ve obligada a humillarse ante su exmarido para sostener a sus hijos. Del mismo modo, Aura María, a menudo, debe pedir dinero prestado para poder completar su almuerzo.
Todo por el trabajo
La segunda variable muy colombiana se refiere al culto al trabajo duro. Betty lucha por insertarse en un reñido mercado laboral, donde debe sacrificar su calidad de vida y sus propios principios para conseguir algo de bienestar, estabilidad y proyectarse al futuro. Esto la lleva a aceptar horarios de trabajo inhumanos, que no solo le impiden tener una vida fuera del empleo, sino que tampoco le proporcionan ingresos suficientes para lograr estabilidad financiera. Su padre Don Hermes ––su referente moral en la ficción––, comparte esta devoción al trabajo y muy seguramente sirve de ancla para que el personaje de Betty emule su ideología. Betty acepta con entusiasmo la 'oportunidad' que Ecomoda le ofrece como secretaria, a cambio de un salario mínimo, ya que, al igual que muchos jóvenes recién graduados, teme no tener un futuro en la sociedad sin contactos ni influencias que la respalden. Incluso ser dominada por Armando, el protagonista masculino, se convierte para ella en una forma de liberación. Para Betty, establecerse en el mundo laboral es fundamental, sin importar el costo que ello implique.
Pero Armando también es víctima de este malsano culto al trabajo. Si bien el personaje tiene una vida fuera Ecomoda –acude a eventos sociales, es accionista de un club, departe con su familia, etc.–, y proviene de una clase social acomodada, el joven empresario está obsesionado con el éxito de su gestión como presidente de la empresa familiar. Su ambicioso plan de negocios revela cómo alguien con recursos puede convertirse en víctima de la ambición, atizada por la desmedida voracidad de una sociedad por el crecimiento económico. Esta situación es tan intensa que compromete no solo su capital y su futuro, sino el de todos los personajes de la telenovela.
La fealdad
Una empresa de moda sirve a la ficción como escaparate para hablar sobre el valor de la belleza en la Colombia de cambio de siglo. La fusión entre melodrama y comedia le ofrecen a su vez la posibilidad de abordarlo sin la urgencia de una veracidad absoluta: Betty es un personaje en el límite de lo caricaturesco y lo real. Los conflictos sobre su imagen personal son mediados por el humor. La fealdad actúa como una forma de catarsis tanto para la audiencia como para los personajes. Y no solo en el caso de Betty; Nicolás, su confidente, también queda atrapado en esta misma convención. Y es en esa sutil exageración de lo feo que la ficción puede hablar sin tapujos: nos podemos reír de Betty y Nicolás en tanto ella misma se ríe de su propia ‘desgracia’. Porque no se puede olvidar que su aparente falta de belleza la condena a ser usada como un elemento desechable, prescindible, tanto profesional como personalmente.
No obstante, las preocupaciones estéticas de Betty, o las de sus amigas feas no son estrictamente colombianas: atañen a la humanidad entera. La nota colombiana al respecto viene dada en la telenovela a partir de la forma franca como se puede hablar al respecto, sin pelos en la lengua. Las nociones de belleza, tanto en el pasado como en la actualidad, son amplias y variadas. La telenovela refleja esta diversidad al incluir diferentes formas de belleza, desde lo racial hasta diversas personalidades y tipos de cuerpos. Sin embargo, el cuerpo cómico pertenece a Betty: la más pila, la más noble, la torpe pero con una personalidad arrolladora, el patito feo que se convierte en protagonista.
A modo de cierre
25 años después de su estreno Betty se emite en prime time en RCN, con números de audiencia respetables. Amazon ha producido una serie cuyo éxito le ha valido la renovación para una segunda temporada en 2025. Betty sigue conectado con su audiencia a través de personajes que capturaron el sentir de una sociedad y de un tiempo que parecen vigentes aún hoy. Habla de la Colombia de finales del siglo XX, pero a la vez de una sociedad mundial azotada por los dilemas de la globalización. La discusión que propone sobre el culto al trabajo y a la imagen sirven para ilustrar los debates éticos y emocionales de un país y de una humanidad en crisis.
Otros graves problemas que expone como la homofobia, el racismo, el clasismo, persisten en la Colombia de hoy, matizados bajo nuevas formas y discursos. Ciertos estudiosos del melodrama sostienen que en Latinoamérica experimentamos la vida a través de la lente melodramática de las telenovelas. La continuidad del éxito de Betty en el imaginario nacional nos invita a analizar estas problemáticas más detenidamente, procurando identificar los posibles puentes que redunden en nuevas y mejores respuestas a los problemas que siguen vigentes.
Parece mentira cómo una telenovela tan común y popular como esta pueda develar un riquísimo valor cultural y confirmalo a la vez. Es muy interesante cómo logras identificar la esencia de la colombianidad y de ciertas problemáticas sociales del momento en que esta producción cultura se realiza y distribuye, y cómo pueden aún hacerse vigentes no solo en Colombia sino en el sistema global en el que vivimos. Como bien dices, esta puede ser la explicación de que hoy por hoy siga teniendo éxito esta telenovela: definitivamente es una producción que habla al mundo y que sigue creando vínculos a lo que seguimos siendo todavía después de 25 años.
Excelente resumen con valores y criticas al mundo en qué vivimos .,Te felicito Dany
En la vida todo es un guion de telenovela .